Por qué escribí La Hora Nona
Una de las etapas más complicadas de mi vida fue cuando
habiendo ingresado en un monasterio del Císter con la idea de permanecer en él
y profundizar en mi espiritualidad me di cuenta que ese no era el camino que
estaba buscando y decidí abandonarlo para continuar de otro modo mi particular
búsqueda de Dios. Antes de entrar, ya había hecho algunos retiros espirituales
y cuando decidí dar un paso más tuve más de dos años de entrevistas con el
Padre Maestro, que es el encargado de dilucidar si el que solicita entrar en la
orden, tiene o no tiene vocación y dar el visto bueno al ingreso. Cuando
decidió que sí la tenía tuve que superar una última prueba que era pasar un mes
viviendo en el monasterio con el fin de comprobar si era capaz de adaptarme a
las rígidas normas que tenía la vida en clausura y si mi presencia, o mi forma
de ser, no suponía un problema para la comunidad en la que quería integrarme.
Por este proceso pasan todos los postulantes. Se llama postulante, al que pide
entrar en una comunidad religiosa. Eran tres años de noviciado y después
pasabas a ser parte, con plenos derechos, de la comunidad. Yo solo estuve uno.
Los primeros meses fueron muy buenos. Tenía la impresión de
haber encontrado lo que buscaba. Era una comunidad de clausura y una de las
principales normas era el silencio y yo, acostumbrado a la introspección y
siendo algo que permanentemente buscaba en mi vida diaria, me sentía como pez
en el agua. Se comía en silencio, se trabajaba en silencio, se iba a al coro en
silencio… Durante esos meses sentí que vivía una verdadera comunión con la vida
que había soñado.
El hecho de decidir marcharme no terminó con mi búsqueda
espiritual. No lo viví como un fracaso, si no como el fin de una etapa. Salí de
una vida en la que no tenía que preocuparme por lo material para regresar a
otra donde literalmente tuve que empezar de cero y reconstruirme. Fue una etapa
complicada.
Mi experiencia, aunque breve, fue lo suficientemente
enriquecedora como para marcar lo que a partir de ese momento ha sido el resto
de mi vida como “buscador”. Estaba totalmente seguro de que, de algún modo “Dios
me llamó” y me permitió disfrutar de sus dominios, de su parcela en la tierra.
Dios me lo dio y Dios me lo quitó.
Podría justificar con todo tipo de detalles mi marcha. Pero
sé que fue Dios quien dispuso que las cosas fueran así. Al principio no entendí
lo que pasaba y maldije la hora en la que decidí romper con mi vida y marcharme
al monasterio. La hora en la que volví fue realmente un calvario. Dicen que en
la hora nona fue cuando murió Cristo en la cruz. De alguna manera, al regresar
a la vida ordinaria, experimenté una especie de muerte llena de miedo,
inseguridad, carencias, desengaños, abandonos…
Ahora veo todo aquello como algo por lo que debía de pasar,
y estaba consustancialmente unido a mi búsqueda. “Sus caminos no son nuestros
caminos”. Tras un tiempo largo me di
cuenta de que a pesar de todos mis padecimientos en ningún momento Dios me había
abandonado. Todo debía ser así.
En esos tiempos de tribulación escribí la novela La Hora
Nona. Tenía frescos los escenarios en los que había pasado casi un año, las
reglas, las costumbres, los entresijos de la vida diaria y no quería que se
perdieran entre mis recuerdos. Aunque en la novela hay una muerte que nunca se
produjo durante el tiempo en el que estuve allí, todo lo demás es un fiel
reflejo de lo que viví.
El monje no es monje por el hecho de vivir en un monasterio.
Ser monje es una actitud, sobre todo, ante lo más profundo de uno mismo. A
veces pienso que me hubiera gustado permanecer más tiempo disfrutando de
aquella vida… no sé. Lo que sí sé y estoy absolutamente seguro es de que, si no
hubiera pasado por aquella experiencia, no hubiera podido avanzar en mi
búsqueda. De un monasterio nadie te echa, simplemente, cuando pierdes la
motivación, lo que te parecía mágico y extraordinario, se te hace terriblemente
insoportable.
Según supe, por el que fue mi Padre Maestro, algunos se
marchaban del noviciado sin despedirse… Al final, incluso la vida monástica es
mucho más prosaica de lo que uno imagina cuando la ve desde la barrera. Y
cualquier testigo de esa vida lo respaldaría si no tuviera en cuenta de que hay
hilos que constantemente está moviendo Dios ejecutando milimétricamente sus
planes.
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